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Vale, imagina esto: estoy en Chiang Mai, sentado en un puestecillo callejero con un plato de pad thai humeante delante, los monjes con sus túnicas naranjas pasan zumbando por la calle como si fueran extras de una peli de Kung Fu, y yo, un ateo de manual criado entre tortilla de patatas y “los curas son un coñazo”, intentando pillar de qué va todo este rollo del budismo tailandés. Porque, ojo, en Tailandia el budismo no es solo una religión, es como el aire que respiras: está en los templos dorados, en el olor a incienso que te pega en la nariz y hasta en el “wai” (ese saludito con las manos juntas) que te suelta el tío que te vende un mango sticky rice.

Aquí el budismo es theravada, que suena a nombre de grupo indie, pero viene a ser la rama más antigua y pura, según dicen. Lleva rulando desde el siglo XIII, cuando lo trajeron desde Sri Lanka, y hoy en día el 95% de los thai son budistas. O sea, es como si en España el 95% fuéramos al bar a por cañas los domingos, pero aquí es ir al templo a meditar y a dejar ofrendas. Y cuando digo ofrendas, no te creas que es un euro pa’l cepillo: son flores de loto, frutas perfectamente cortadas y hasta billetes de 20 bahts (que son como 50 céntimos, pero oye, suma). Todo eso lo vi en el Wat Phra That Doi Suthep, un templo en una montaña cerca de Chiang Mai que te deja loco con sus vistas y sus escaleras infinitas – 309, para ser exactos, que las conté sudando como un pollo.

Yo, que soy más de “vive y deja vivir” que de rezar mantras, me mola el rollo práctico del budismo tailandés. Aquí no hay un dios con barba mirándote mal si te pasas con el som tam (esa ensalada de papaya verde que pica como el demonio). Es más bien un “tú te lo guisas, tú te lo comes”: el karma es tu jefe, y si la lías, pues te toca apechugar en esta vida o en la siguiente. Me lo explicó un monje en Bangkok, en el Wat Pho, mientras yo flipaba con el Buda reclinado gigante – 46 metros de largo, dorado como un Oscar, y con unos pies decorados que parecen un tatuaje hipster. El tío, con una calma que ni el mejor valium, me dijo que meditar es como limpiar el disco duro del cerebro. Y yo, que no medito ni pa’ coger el sueño, pensé: “Vale, pero prefiero un masaje tailandés de esos que te crujen hasta el alma”.

Lo gracioso es que, aunque no creo en nada de esto, me pillé haciendo el paripé. En el Wat Arun, ese templo al lado del río Chao Phraya que parece sacado de un videojuego, me puse a dejar incienso y a juntar las manos como si supiera lo que hacía. ¿Por qué? Porque en Tailandia esto es como el “cuando en Roma…”. Además, mola el ambiente: el sonido de las campanas, el calor pegajoso, los puestos de comida con brochetas de pollo satay… Te metes en el rollo sin darte cuenta.

Y luego está lo de los monjes. Aquí hay unos 300.000, y otros 200.000 novicios que están en plan “prueba gratis” antes de decidir si se rapan del todo y se olvidan del Singha (la birra local). Los ves a las 6 de la mañana recogiendo limosnas – arroz, curry, lo que caiga – en unas ollas enormes. Es como un desayuno comunal, pero sin postureo de Instagram. Y ojo, que las mujeres no pueden ni rozarlos; me contaron que si una tía les toca, tienen que hacer un ritual pa’ purificarse. Yo, que soy de dar abrazos a lo loco, me quedé con las ganas de preguntar: “¿Y si te choco sin querer en el mercado de Chatuchak?”.

Lo que me flipa de todo esto es que no te venden la moto. En España, a veces los religiosos te miran como diciendo “te vas a freír al infierno si no te apuntas a mi equipo”. Aquí no. En un bar de Sukhothai, mientras me zampaba un khao soi (un curry con fideos que es un orgasmo en la boca), un colega thai me dijo: “Si no crees, no pasa nada, pero respeta”. Y ya está. Simple. Me pareció tan guay que casi me pongo a aplaudir con las manos grasientas de salsa.

Así que nada, aquí sigo, un ateo español perdido entre templos, budas y tuk-tuks, intentando no tropezar con un monje mientras me como una bola de helado de coco. No me voy a hacer budista ni a meditar en un cojín a las 5 de la mañana, pero oye, este rollo tailandés tiene su punto. Y si el karma existe, espero que me recompense con otro plato de pad thai por escribir esto. ¿Tú qué dices, colega?