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¡Sawasdee, amigos! Aquí estoy, sentado en mi terraza en Bangkok, viendo pasar los días y notando algo que me tiene mosqueado: la ciudad está más vacía que un templo en día de lluvia. Los restaurantes que antes estaban a tope ahora tienen mesas libres a las 8 de la noche, los mercados parecen escenarios de película post-apocalíptica, y mis vecinos tailandeses han cambiado las cenas fuera por arroz con huevo frito en casa. Al principio pensé que era cosa mía, pero después de investigar un poco (y hablar con medio Bangkok), me he dado cuenta de que estamos en medio de una crisis económica que nadie quiere llamar por su nombre.

Los números no mienten: Tailandia está en problemas

Vamos a los datos duros, porque aquí no estamos para hacer turismo de lavado de conciencias económicas. El Banco Mundial acaba de bajar la previsión de crecimiento de Tailandia para 2025 del 2.9% al 1.6%. ¡El 1.6%! Eso es menos que el crecimiento de mi barriga desde que descubrí el khao soi. Para que te hagas una idea, es el crecimiento más bajo de todo el sudeste asiático, excluyendo a Myanmar (que está en guerra civil) y algunos países pequeños.

Pero lo que realmente me pone los pelos como escarpias es la deuda doméstica: 91.3% del PIB. Traducido al cristiano: por cada 100 baht que produce Tailandia, las familias deben 91 baht. Y si incluimos la deuda informal (esos préstamos de los tíos del pueblo que no aparecen en ningún banco), la cosa se va al 104%. Es como si toda Tailandia hubiera decidido vivir a crédito y ahora llega la hora de pagar la cuenta.

Lo que veo desde mi ventana: Bangkok se aprieta el cinturón

Desde que vivo aquí, nunca había visto algo así. El otro día fui a mi restaurante favorito en Thonglor, uno de esos sitios donde antes tenías que esperar cola para conseguir mesa. Pues bien, éramos cuatro gatos contados, y el dueño me contó que las ventas han caído un 50% comparado con el año pasado. ¡Un 50%! Es como si la mitad de Bangkok hubiera decidido dejar de comer fuera.

Y no es solo mi restaurante. Los datos oficiales confirman lo que veo: las ventas por transacción han caído a la mitad, los negocios de buffet han cerrado en masa (un 40% según los informes), y hasta los hoteles en Chiang Mai están con una ocupación del 40% cuando deberían estar por encima del 50%. Es como si todo el país hubiera entrado en modo supervivencia.

Lo más jodido es que sigues viendo a los súper ricos en sus Mercedes y Lamborghinis, cenando en los restaurantes de lujo como si nada pasara. Pero la clase media y la gente normal han desaparecido de la ecuación. Es un país de dos velocidades: los que tienen pasta para quemar y los que están contando cada baht.

La deuda que nos está ahogando

Aquí viene la parte chunga. Los tailandeses destinan el 22.3% de sus ingresos solo a pagar deudas. Para que te hagas una idea, la media mundial está en el 9.8%. Es como si cada mes, de cada 100 baht que ganas, 22 se van directos a pagar lo que debes. Y lo peor es que más del 59% de esa deuda son préstamos “no productivos”: tarjetas de crédito, préstamos personales, cosas que no te van a generar más ingresos.

¿Te acuerdas de las inundaciones de 2011? Pues ahí empezó todo este lío. La gente tuvo que pedir prestado para reconstruir sus vidas, y justo coincidió con las políticas populistas de Yingluck Shinawatra, que incentivaba a la gente a comprar coches con rebajas fiscales. Era como una tormenta perfecta: desastre natural + políticas de “dinero fácil” + bancos prestando a lo loco.

El gobierno jugando al Tetris con la economía

Paetongtarn Shinawatra, la primera ministra actual (sí, la hija de Thaksin), está intentando arreglar el desaguisado, pero es como intentar tapar un agujero en un barco con chicle. Acaba de cancelar el programa de “billetera digital” que iba a dar 10,000 baht a cada ciudadano y ha redirigido ese dinero (157 mil millones de baht) hacia infraestructura.

La lógica es: en lugar de dar dinero para que la gente gaste y se endeude más, mejor invertir en carreteras, sistemas de agua y cosas que generen empleo a largo plazo. No está mal la idea, pero es como llegar tarde a una cita: mejor que nada, pero ya has perdido el momento.

Los bancos cerrando el grifo

Mientras tanto, los bancos han entrado en modo pánico. Más del 50% de las solicitudes de hipoteca están siendo rechazadas. Los bancos ya no cuentan las horas extra como parte del salario para calcular préstamos, porque saben que la cosa está chunga y la gente puede perder esos ingresos extra de un día para otro.

Es un círculo vicioso: la gente no puede pedir prestado, así que no compra casas ni coches, las empresas venden menos, despiden gente, y vuelta a empezar. Como un tuk-tuk atascado en el tráfico de Sukhumvit: das vueltas pero no avanzas.

¿Se avecina algo peor?

La pregunta del millón de baht: ¿esto va a empeorar? Pues mira, los expertos del FMI están preocupados. Dicen que esto puede llevar a “inestabilidad financiera”, que es la forma elegante de decir “se puede liar parda”. Y encima, Tailandia se va a convertir en una “sociedad súper envejecida” en 2029, con más del 20% de la población mayor de 65 años.

Imagínate: un país lleno de jubilados endeudados hasta las cejas, con una economía que crece menos que una planta en temporada seca. No pinta bien, la verdad.

La realidad desde la calle

Pero aquí estamos, viviendo el día a día. Los tailandeses, con ese “mai pen rai” que los caracteriza, siguen adelante. Cambian las cenas en restaurantes por comida casera, los viajes por quedarse en casa, y los caprichos por lo esencial. Es admirable, pero también triste ver cómo una crisis económica puede cambiar tanto la vida de la gente.

Mi vecina, que antes se iba de compras a Siam Paragon cada fin de semana, ahora va al mercado local y cocina en casa. Mi barbero me cuenta que tiene la mitad de clientes que antes. El tío del 7-Eleven me dice que la gente compra menos cervezas y más arroz instantáneo.

¿Qué podemos esperar?

La verdad es que nadie tiene una bola de cristal, pero las señales no son muy optimistas. El gobierno está haciendo lo que puede, pero es como intentar parar un tsunami con un paraguas. La deuda doméstica no se va a arreglar de la noche a la mañana, y mientras tanto, la gente sigue apretándose el cinturón.

Lo que sí está claro es que Tailandia necesita un cambio estructural serio. No vale con dar dinero a la gente para que gaste más y se endeude más. Hace falta crear empleos de verdad, mejorar los salarios, y enseñar a la gente a manejar mejor sus finanzas. Pero eso lleva tiempo, y la política tailandesa no es precisamente conocida por su paciencia.

Mi reflexión desde Bangkok

Vivir aquí durante esta crisis me ha enseñado algo: las crisis económicas no son solo números en un periódico, son familias que cambian sus hábitos, restaurantes que cierran, sueños que se posponen. Es ver cómo Bangkok, una ciudad que nunca duerme, se va a la cama un poco más temprano cada noche.

Pero también he visto la resistencia de la gente tailandesa, su capacidad para adaptarse y seguir sonriendo aunque las cosas se pongan difíciles. Eso no sale en los informes del Banco Mundial, pero es igual de importante que cualquier estadística.

Así que, si estás pensando en venir a Tailandia, ven. Pero ven sabiendo que el país está pasando por un momento complicado. Apoya a los negocios locales, come en esos restaurantes que están medio vacíos, y entiende que detrás de cada sonrisa tailandesa puede haber una preocupación económica.

Al final, las crisis pasan, pero las lecciones que aprendemos de ellas se quedan para siempre. Y si algo he aprendido viviendo en Tailandia es que, pase lo que pase, siempre habrá un buen som tam esperándote en la esquina.

¡Hasta la próxima, y que los números mejoren pronto!