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¡Sawasdee, amigos! Aquí estoy, sudando bajo el sol de Tailandia, con un mango sticky rice en la mano y un tema que me tiene pensando desde hace rato: los elefantes. Si has estado en el Reino de Siam, seguro has sentido la tentación de acercarte a estos gigantes majestuosos. Pero, ay, qué lío: entre los santuarios que se venden como el paraíso de los elefantes y las montas que muchos tildan de crueldad animal, la cosa se pone más complicada que pedir un som tam sin picante en un puesto callejero. Hoy, desde mi rinconcito en Tailandia, quiero contaros por qué no todo es blanco o negro cuando se trata de elefantes, y cómo tanto los santuarios como las montas pueden ser éticos… o una fachada para sacarte los bahts.

La polémica: mi foto en Ayutthaya y el linchamiento online

Hace poco subí una foto a Instagram, mi mujer y yo montando un elefante en Ayutthaya. ¡Menudo revuelo! Me llovieron mensajes llamándome de todo: cruel, ignorante, enemigo de los animales. ¡Como si hubiera pateado un cachorro en el mercado de Chatuchak! Pero, veréis, no elegí ese sitio al tuntún. Fui a un lugar donde vi con mis propios ojos cómo trataban a los elefantes: con respeto, rotándolos para que descansen, sin sillas pesadas que les machaquen la espalda, y con mahouts que parecían más sus colegas que sus capataces. ¿Y sabéis qué? Me dolió que me juzgaran sin saber, porque si hay algo que me gusta más que un buen khao soi es que los animales estén bien cuidados.

Esto me hizo pensar: ¿por qué la gente asume que montar un elefante es automáticamente maltrato? Y, por otro lado, ¿por qué muchos se creen que ir a un santuario es siempre la opción “buena”? Spoiler: ni todos los santuarios son santos, ni todas las montas son el diablo. Vamos a desglosarlo, como si estuviéramos charlando en un bar en Chiang Mai con un Chang bien frío.

Santuarios: ¿salvadores o vendedores de humo?

Los santuarios de elefantes se han puesto de moda. Todo el mundo quiere ir a uno, bañarse con un elefante en un río, darle de comer plátanos y sentirse como el Dalai Lama de la conservación animal. Pero, amigos, no todos los santuarios son lo que parecen. Algunos son puro greenwashing, o como yo lo llamo, “turismo de lavado de conciencias” (sí, ya escribí sobre esto en mi otro blog, desdetailandia.com). Hay sitios que se autoproclaman “santuarios” pero tienen a los elefantes encadenados por la noche, mal alimentados o trabajando jornadas maratonianas para que los turistas saquen sus fotos para Instagram. ¿Os suena? Es como pedir un pad thai y que te sirvan fideos recalentados del día anterior.

Por ejemplo, en 2023, un informe de World Animal Protection señaló que muchos “santuarios” en Tailandia operan más como zoológicos disfrazados, con elefantes que no tienen espacio suficiente o que son forzados a interactuar con turistas todo el día. No quiero decir nombres (porque no estoy aquí para hacer enemigos más allá de los que ya me gané con mi foto), pero si un lugar te cobra 3000 bahts por una “experiencia ética” y ves a los elefantes con cadenas o sin sombra bajo el sol, desconfía. Un santuario de verdad, como algunos cerca de Chiang Mai, deja que los elefantes sean elefantes: que caminen libres, socialicen y no estén posando para selfies todo el día.

Montar elefantes: ¿crueldad o tradición?

Ahora, hablemos de montar elefantes. Aquí en Tailandia, los elefantes han sido parte de la vida durante siglos, como los caballos en España. Los usaban para transportar troncos, en ceremonias o hasta en batallas (¡imagina un elefante cargando contra un ejército en Ayutthaya hace 500 años!). Los mahouts, esos tíos que parecen hablarle al elefante como si fueran colegas de toda la vida, usan un ankus para guiarlos, igual que tú usas una correa para pasear a tu perro. Si el elefante se pone rebelde (que, oye, con toneladas de peso, mejor que no se descontrole), el mahout puede apretar un poco más, pero en un lugar decente no verás sangre ni crueldad. Es como cuando le das un toque con un periódico enrollado a tu perro porque se comió tus chanclas: no es abuso, es corrección con cuidado.

En el lugar de Ayutthaya donde estuve, los elefantes no llevaban esas sillas pesadas que les destrozan la espalda. Tenían descansos regulares, comida a montones y un mahout que les hablaba como si fueran familia. ¿Eso es crueldad? Yo creo que no. Es más, me pareció tan respetuoso como cuando monto a caballo en España o paseo a mi perro por las calles de Bangkok. Claro, hay sitios que son un desastre: elefantes sobrecargados, jornadas interminables, entrenamientos brutales como el phajaan. Eso es inaceptable, igual que sería inaceptable azotar a un caballo hasta sangrar. Pero no metamos todo en el mismo saco.

La hipocresía del turista y el doble estándar

Lo que me quema es el doble rasero. La gente que me llamó cruel por montar un elefante en un lugar ético no dice nada cuando ve a alguien montando un caballo en un picadero o paseando a su perro con correa. ¿Por qué? Porque los caballos y los perros son “normales” en su mundo, pero un elefante es exótico, y entonces asumen que todo es abuso. Es como si yo viera una foto tuya comiendo jamón serrano y te llamara asesino de cerdos sin saber si comes carne o no. ¡Contexto, por favor!

Y luego están los que van a santuarios pensando que son la Madre Teresa de los elefantes, pero no se preguntan si ese lugar está más interesado en sus bahts que en los animales. Si quieres ser ético, investiga. Busca sitios con buena reputación, como el Elephant Nature Park, que lleva años rescatando elefantes y dejándolos vivir sin cadenas. O, si quieres montar, elige un lugar como el que yo visité en Ayutthaya, donde los elefantes están cuidados y no los tratan como máquinas de hacer dinero.

Mi propuesta: investiga, no juzgues

Vivir en Tailandia me ha enseñado que nada es tan simple como parece. Aquí, los elefantes son parte de la cultura, como el wai o un buen tom yum. No se trata de demonizar ni los santuarios ni las montas, sino de apoyar a los que lo hacen bien. Si vas a un santuario, pregunta: ¿los elefantes tienen espacio? ¿Están encadenados? Si quieres montar, busca sitios sin sillas pesadas, con descansos y mahouts que respeten al animal. Y si ves una foto como la mía, no me llames cruel sin preguntar primero. Mejor invítame a un roti con plátano y charlamos.

Al final, lo que importa es el respeto. Respeto por los elefantes, por los mahouts que los cuidan, y por la cultura tailandesa que lleva siglos viviendo con estos gigantes. Así que, la próxima vez que vengas a Tailandia, haz tus deberes, elige bien y disfruta. Y si te sobra un plátano, dáselo a un elefante de mi parte.

¡Hasta la próxima!